Sales Bosch y Lorena Agirre, Criminologas.
Desde el siglo XIX la identificación dactiloscópica es la forma de identificación más fiable y común. Desarrollada por pioneros como William Herschel y Francis Galton, está basada en los patrones únicos de las huellas dactilares que demostraron ser una forma única e invariable de identificar a las personas, dado que las huellas dactilares permanecen inalterables a lo largo de la vida e incluso después de la muerte.
La disposición de las crestas papilares en las yemas de los dedos sigue patrones definidos como arcos, lazos y espirales, lo que permite una identificación precisa y única para cada individuo.
Esta técnica ofrecía y aún hoy ofrece una precisión sin precedentes y una base científica sólida, estableciendo unos estándares que perduran hasta la fecha. De hecho, el uso de las huellas dactilares en investigaciones criminales no solo mejoró la identificación de sospechosos, sino que también ofreció una herramienta infalible en la validación de identidades en casos forenses
complejos.
Pero, ¿existen individuos sin huellas dactilares?
En 2007 se descubrió que la mutación de un gen provoca lo que se ha llamado Adermatoglifia, que se define como la ausencia total de crestas y surcos interpapilares, tanto en manos como en pies, así como un menor número de glándulas sudoríparas. Existe además el síndrome de NFJ, que es una enfermedad hereditaria que afecta a piel, uñas, dientes y glándulas sudoríparas la cual provoca hipohidrosis y la gradual desaparición de los dermatoglifos (crestas y surcos).
Además de estas dos enfermedades, se ha descubierto un fármaco que provoca la llamada adermatoglifia. La capecitabina es un fármaco anticancerígeno que, entre otros efectos secundarios, puede provocar el síndrome mano-pie. Esta condición se caracteriza por tumefacción (hinchazón) y eritemas (enrojecimiento de la piel), que pueden llegar a enmascarar los dermatoglifos del paciente, al disminuir la distancia entre las crestas papilares y los surcos interpapilares.
A raíz de esto, podría pensarse que un agresor, haciendo uso intencional de capecitabina, tendría la posibilidad de no dejar huellas dactilares en el lugar del crimen, evitando así ser identificado. Sin embargo, esta hipótesis resulta poco viable, ya que la administración de capecitabina inhabilita físicamente al paciente. Entre sus efectos adversos más comunes se encuentran la fiebre alta, erupciones cutáneas, úlceras bucales, dolor y malestar general, lo cual dificultaría e incluso imposibilitaría que el sujeto pudiera llevar a cabo cualquier actividad delictiva o incluso realizar tareas cotidianas.
Aunque no es lo habitual, existen casos documentados en los que el agresor ha logrado trasplantar las huellas dactilares de los dedos de los pies a los de las manos. Para ello, se realiza una intervención quirúrgica en la que se extrae el espesor completo de la huella, incluyendo una porción de la dermis. No obstante, cabe señalar que esta cirugía es extremadamente dolorosa y de alta complejidad, ya que requiere cortar hasta la capa dérmica de la piel. La finalidad de este procedimiento suele estar relacionada con la ocultación de la identidad, la evitación de la vinculación con hechos delictivos o el intento de eludir la identificación por medio de bases de datos biométricas, como el Sistema Automatizado de Identificación Dactilar (SAID).
Un ejemplo de alteración de huellas dactilares intencionada, ocurrió en España en el año 2019, cuando las autoridades detuvieron a un narcotraficante que había logrado permanecer prófugo durante más de 15 años. Para evitar ser identificado, este individuo alteró quirúrgicamente todas las huellas de sus dedos mediante cortes, quemaduras y la inserción de microimplantes de piel, además de someterse a cambios físicos adicionales.
La Policía Nacional logró localizarlo gracias a una combinación de tareas de inteligencia, seguimiento físico y análisis de sus movimientos. Pese a las modificaciones dactilares, los agentes detectaron cicatrices y anomalías en las yemas de sus dedos, lo que levantó sospechas de manipulación.
Ante la imposibilidad de obtener impresiones claras en las yemas de los dedos, se optó por una toma ampliada de impresiones, que abarcó áreas menos comunes pero igualmente útiles para la lofoscopia. Se registraron un total de 18 impresiones por dedo, incluyendo las falanges, los laterales y los bordes palmarés, zonas que habitualmente pasan desapercibidas pero que, en este caso, resultaron determinantes.
Una vez obtenidas las impresiones, los peritos procedieron al cotejo con los archivos del Sistema Automatizado de Identificación Dactilar (SAID). El análisis comparativo reveló una coincidencia clara con los registros previos del narcotraficante M.M.V., al identificarse al menos doce puntos característicos coincidentes en las huellas palmares, lo que permitió confirmar su identidad con alto grado de certeza.
En conclusión, aunque la mayoría de las personas tienen huellas dactilares únicas e invariables, existen casos raros de individuos con ausencia natural de huellas, como las mencionadas anteriormente. No obstante, algunos criminales intentan alterar sus huellas mediante métodos quirúrgicos o alteraciones físicas para evadir la identificación. Sin embargo, estas son difíciles, dolorosas y no siempre efectivas, ya que la ciencia forense cuenta con técnicas avanzadas para detectar estas manipulaciones, garantizando así la eficacia de la identificación dactiloscópica.