Córdoba, 8 de octubre de 2011. José Bretón denuncia la desaparición de sus hijos, Ruth y José, mientras estos se encuentran jugando en un parque de la localidad cordobesa. Sin embargo, en cuestión de minutos, no tardó en convertirse en el principal sospechoso de este misterioso secuestro. En su finca familiar de Las Quemadillas, los investigadores encontraron restos óseos calcinados en una hoguera. El primer análisis los clasificó como animales. Pero una segunda pericia, a cargo de la antropóloga forense Mar Etxeberria, reveló la verdad: eran restos humanos infantiles.

Bretón había asesinado y quemado a sus propios hijos para vengarse de su exmujer. Esto determina que el crimen no fue impulsivo, sino premeditado, frío y meticulosamente organizado, con ensayos previos de combustión y una coartada preparada.

Desde una perspectiva criminológica, Bretón muestra rasgos característicos de un agresor narcisista, manipulador y altamente controlador. En cuanto a su perfil criminológico, no actuó por impulso, ya que el crimen fue premeditado: estudió como hacer una hoguera eficaz, robó medicamentos para sedar a los niños y utilizó el parque como coartada. Esta conducta revela un perfil organizado e instrumental ya que hay una lógica emocional perversa detrás de este crimen: dañar a su exmujer atacando lo más valioso que tenía, sus hijos.

Este fenómeno se conoce como violencia vicaria, el uso de los hijos como medio para dañar a la madre, y nos muestra cómo un agresor puede mantener una imagen social aparentemente normal mientras planifica un acto atroz.

Durante el juicio, se mostró frío, calculador y con nula empatía. El tribunal, tras evaluar las pericias psicológicas pertinentes, concluyó que Bretón no sufría ningún trastorno mental, sino una personalidad patológica con rasgos obsesivos y antisociales.

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