Cuando se comete un delito de tipología violenta, cada detalle en la escena del crimen puede convertirse en una prueba crucial para enjuiciar este delito. Una gota de sangre, una huella, un casquillo o incluso una bebida olvidada pueden ser suficientes para reconstruir los hechos y llevar al responsable ante la justicia. Pero ¿cómo estos detalles se vuelven cruciales para la investigación? La respuesta tiene una palabra: criminalística, la ciencia que convierte indicios en evidencias.
El primer paso fundamental al llegar a una escena del crimen es protegerla para evitar la contaminación de pruebas. La primera persona que accede debe asumir la responsabilidad de preservar la escena hasta la llegada de la policía. Posteriormente, se delimita el área, se registra al personal presente y se documentan alteraciones.


Antes de intervenir, es esencial fotografiar y grabar la escena desde diversas perspectivas, acompañando esto de una fijación planimétrica y escrita detallada. Cada elemento, como la posición del cuerpo, manchas o puntos de entrada y salida, debe registrarse para mantener la cadena de custodia.
Una vez hecho esto, se procede a la recogida de indicios como sangre, cabellos o colillas. Esta fase exige rigor y registro detallado de quién manipula cada prueba. En el caso de indicios biológicos, se aplican técnicas como luminol o el uso de hisopos estériles, asegurando en todo momento la trazabilidad.
Las muestras son trasladadas a los laboratorios de criminalística, donde se convierten en evidencias científicas mediante análisis de ADN nuclear y mitocondrial, determinación del grupo sanguíneo o estudio de los patrones de manchas de sangre.
Por último, el perito criminalístico elabora un informe técnico donde se detalla qué se encontró, cómo y dónde, así como su valor probatorio. Este informe es ratificado en sede judicial, y su testimonio puede ser clave para lograr la condena o la absolución del acusado.
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